





Olor a Sal
Salí corriendo al sur con el afán de saldar cuentas con un par de fantasmas del pasado, propios, por supuesto. Quise librar la posibilidad y logré cumplir otro par de sueños que guardaba en uno de mis bolsillos. Me puse un par de suertes en el otro bolsillo y me fui a seguir el camino como fiel ente errante.
Me fui siguiendo a donde la gente mira el cielo y parece contenta, tierras húmedas tan extranjeras que me hacían sentir en los 90’s, aun estando en mi propio país, me hablaban en otro idioma ajeno al de mi tierra.
¿Qué significa esta nostalgia? ¿Por qué recorro calles como si las conociera? ¿Por qué espero voltear en cada esquina y encontrar algo familiar? Esperaré tanto para llegar a este momento que, en cuanto me paré frente a lo inminente que resulta el mar, perdí contacto remoto con mi centro de control.
Se me vino el existencialismo encima y me hipnotizó la realidad conjunta de parlamentos a un ir y venir constante y azul, junto a un soundtrack de música caribeña que sonaba al fondo, solo ahogado por el rugir de las olas, por las palabras del mar.
Me senté y me sentí absurdo por un momento, y en un instante supe lo afortunado que era, por poder surgir de nuevo de entre una ola, nacer en agua salada y broncearme incluso bajo la luz de la luna, evocando la mayor de las suertes. . , con la arena hasta los tobillos.
Tuve que enjuagarme un par de lágrimas tocando el fondo del mar, e irónicamente, subí a flote. Es tan extraño que resulta sentir que es tan fácil salir del agujero en el que estamos; solo atiné a dar las gracias por lo ya recorrido y por lo que queda por recorrer.


A la orilla del mar
A veces siento que contemplo la vida como una suerte de azar entre demasiadas contradicciones que se han visto en los pasajes de mi vida.
Veo arder el sol cada tarde, mientras se asoma la noche por el otro costado y navegó sentado en mi bote, tan marinero que me siento y está es la primera vez que veo el mar de frente.
Acostumbre tanto a mi lente ocular a capturar escenas entre desiertos, montañas, pastizales, pinos frescos en la sierra Tarahumara. Es increíble el contraste abrigador al que me someto está tarde humeda, con olor a mar al otro extremo del país.
Es muy extraño contemplar el firmamento a la orilla del mar, tan lejos de casa, quería pensar en que sería sí en verdad no llegaba a contemplar en realidad está majestuosidad.


Temía por estar desapercibido en mi mente atribulada, tenía miedo de perder el cassette de los recuerdos inmediatos y cuando por fin sentí la arena, la brisa y el mar mojar mis piernas; tomé impulso y se lo dí de ofrenda a la marea.
Pero absolutamente, nunca pude estar más equivocado. Es absorto el sentimiento, mi sentir no es cualquiera, se está metiendo muy al fondo de mi libreta y ya lo entiendo, ya lo entiendo, solo somos una ola en este mar llamada vida.

Una noche
En el vasto lienzo del sueño, el tiempo se mece como un océano de esperanzas, mientras el universo busca su reflejo en mi ser.
Una estrella solitaria, danzando en la negrura del firmamento, desmonta su eje y susurra un deseo a la tierra.
En el frío abrazo de un desierto implacable, arde en llamas, mientras una brisa efímera agita el recuerdo en su alma.
Una estrella se graba en su mirada, velada por una neblina de emociones, mientras una lágrima salada surca su mejilla, la desdicha de anhelar la libertad bajo la luz plateada de la luna.
En el parlamento silencioso de la vida, en busca de una existencia impregnada de libertad, solo encuentro consuelo en la soledad, mientras mi deber es narrar los tiempos vividos.




Mi vocación
En este pequeño desliz, oh Dios, pronuncio tu nombre en vano. La historia de Dafne y Apolo siempre me ha cautivado, una metáfora del amor y la desilusión.
Pero es la escena del “ideal versus realidad” la que me estremece, reflejándome en ella como muchos otros. Hemos soñado con la grandeza, solo para encontrar una verdad diferente, no necesariamente amarga, simplemente distinta a lo imaginado, no quiero pensar que para mal, solo hemos resultado.
Recuerdo una conversación que aún danza en mi mente, tiene un par de años ya, y porsupuesto, ya camina. Me lleva de la manito esbozando una idea que ahora me guía, invitándome a abrazar la vida con más intensidad.
Me convierto en un observador ansioso de esos instantes que detienen el tiempo, como aquella lágrima que escapó mientras contemplaba un atardecer rojo y sublime, al final del sendero, en esa cuesta memorable, la puesta del sol me conmovió el alma.
Es complicado, te confieso. A menudo contemplo las estrellas cayendo del cielo por la mañana, deseando sueños y más estrellas fugaces. En esos momentos, mi corazón susurra los mismos deseos, agradeciendo en silencio por la bondad recibida.
Agradezco las oportunidades que se me brindan y cuando sucede el momento, a veces por respeto, me quedo callado. Pasados dos minutos en el reloj, con la fe de quien le ruega al destino y le reza al trece, formulo un deseo.
Mi anhelo de plenitud es constante, pero me esfuerzo por no perderme en el delirio de la vida, recordando siempre que hay un ser superior que ve más allá de lo que nosotros alcanzamos y pretendemos alcanzar.


He hecho el bien, lo repito mientras limpio mis botas con un trapo viejo. Y la fortuna parece confirmarlo, pues he sido recompensado generosamente. Estoy eternamente agradecido por cada momento vivido, por convertir lo imposible en realidad y por enseñarme el valor de perseguir los sueños.
Soy capaz de muchas cosas, cada día me sumerjo en un mar de experiencias. Soy el café matutino de muchos y también la nada que se entrelaza con todo. Un color primario, una camiseta sin estampados, pensamientos recurrentes y una duda constante: ¿Estoy en el camino correcto?
No lo sé, te confieso. Soy un hombre que busca la felicidad, pero que también abraza la tristeza cuando llega. Soy un hombre feliz con vocación de triste. Soy un ingeniero que se expresa en prosa, buscando descifrar los misterios de la vida a través de las palabras.

Olvidame siempre
Es casi bíblico mi apocalipsis interno, luchando por internalizar este sentimiento y mantener la compostura, aunque últimamente me resulta difícil.
A veces las situaciones juegan un papel importante en la vida propia, divergen y convergen en un ramificado mundo de contradicciones y aciertos, sumiéndonos en una paradoja constante, una muerte en vida.
Resulta irónico cómo, en mi egolatría, solía considerarme el puente hacia la felicidad ajena. Esa delicada falacia me llevó a serlo: aparecer en el momento preciso para alguien y luego, como un ilusionista, desvanecerme de sus vidas.
Me convertí en un mago tan hábil que desaparecía sin siquiera proponérmelo, tan magistral en mi arte que lo hacía aún en contra de mi voluntad. Pero esta repetitiva desaparición reveló mi temor a la soledad y mi narcisismo renuente a aceptar que en realidad me habían abandonado todas esas ocasiones.
Fui apenas un recuerdo fugaz, un recuerdo memorable fácilmente reemplazable, el héroe sin nombre, la historia olvidada en el relato de muchos. Quizás una lágrima se derrame al recordarme en alguna parte del mundo, pero mi existencia sigue siendo insignificante; un Quijote, para un molino.
Me convertí en solo un instante en la vida de otros, quizás eternizado en un cementerio por ignorar el amor al caminar sin su inmortalidad, o tal vez digno de ser recordado como el sabio del que hablaba Schopenhauer al elegir la soledad.


La sustitución y exclusión en mi historia son meras manifestaciones de la rebelión contra mi propio papel, por haberlo permitido viniendo de otros, pues todos buscamos saciar el hambre de aceptación de los demás, pero me niego a dejar de ser yo mismo.
Temo tanto a la soledad que me la inflinjo a mí mismo. Me sumerjo en mi propia desolación, atemorizado por ella, decido ponerle un plazo, evocando al tiempo. He comprendido lo poco que valía el intentar cumplir con expectativas ajenas.
Cuando no es suficiente y el alma se agota, cuando traicionado por el desierto navega mi sombra, cuando se pierde y se arriesga queriendo salir a flote, cuando el viento ya no me venda ese aroma y cuando el tren no me abrume por las noches. Entenderé que fué solo un instante.
Esta será la última vez que escriba de ti, se feliz y olvidame siempre.

A quién corresponda
Me aventaron al cielo, tan arriba que las nubes rozaban esa cálida mañana de agosto la carcasa de esa lata en la que iba a bordo; el impulso que me llevo a estar tan alto fue la necesidad de enajenar mi entonces presente, mi actual pasado.
A 7000 pies de altura, me encontré navegando miles de kilómetros en busca de la paz perdida. Una odisea sutil, apenas perceptible en el balanceo de mis pasos, revelando un secreto simple: había perdido la mitad de mí mismo mucho antes, aquí, en mi propia tierra, donde ya titubeaba al caminar.
Hablo desde el centro mismo que anima mi existencia, anhelando ser una entidad más compleja, una elegancia en mí mismo. He tocado la plenitud y he espiado la locura, lejos de la serenidad que tanto anhelo.
Extranjero en mi propio hogar, limitado en opciones, me encuentro acosado por un constante pesar y un arrepentimiento perpetuo. El anhelo persistente de comprender con certeza el propósito de esta narrativa, que ha llevado mis tristes sentimientos a la poesía, como si al ocultarlos en un baúl, se perdieran en lo más profundo de mi alma.
Me sumerjo en una catarsis al ordenar el abecedario completo, explorando conceptos en busca de comprensión. Nos vestimos con la multiplicidad de roles, ansiosos por ser comprendidos y comprender, sin olvidar nunca nuestra propia esencia.


¿Es un misterio alcanzar tal entendimiento? ¿O tememos cuestionar el contexto en el que nos hallamos? Confío en mí mismo, pero la confianza en otros se me escapa. Aprecio a la gente, los cuido cuando puedo y divierto si es bienvenido, pero me cuesta depositar mi confianza en ellos.

México
Me encuentro inmerso en la contemplación de los días comunes que desembocan en narrativas extraordinarias. Hoy, el aire lleva consigo el aroma de la patria, una patria fragmentada que me recuerda que mi pueblo nunca ha sucumbido ante la derrota.
Si alguno de ustedes se pregunta cuál es mi patria, les confieso con el más profundo orgullo que provengo de un pueblo guerrero teñido de carmesí, con un sabor metálico impregnado del aroma de la muerte. Así es, soy mexicano.
Nací en un lugar donde los colores encierran la ironía, donde el éxito va más allá de asegurarse un buen empleo, pues en mi tierra, el verdadero éxito yace en desafiar la mente cerrada de las masas. Vidas descoloridas y desabridas dentro de una república corrompida, me duele confesar que este rincón poético que habito cotidianamente es también un paisaje marcado por la injusticia.
Soy hijo de un país donde, a pesar de la desgracia, siempre hay un espacio para la alegría, porque desde mi niñez comprendí que ser mexicano implica hallar la gracia incluso en medio de la tragedia, y celebrar a la muerte.
Me enorgullece decir que en mi patria se suda, vivo en un lugar donde para escapar de la miseria hay que esforzarse más que los demás; una existencia marcada por la competencia, sí, pero que nos concede el tiempo para soñar despiertos.


Con estas humildes palabras, les doy la bienvenida a mi México, un lugar habitado por genios incomprendidos y ancianos sabios, donde el día adquiere su peculiar tono sepia, pero a veces se tiñe de verdes praderas, cielos azules e inmensos mares.
Bienvenidos a la poética tragedia que es la vida, con pasos de danza, donde todo pica y entona su “son” a la existencia; donde en cada esquina se puede percibir cómo la vida respira, entre cielos azules y bellas ironías.

Suerte de suertes
Temo estar tan encerrado en mi propio mundo que pueda perder esas pequeñas alegrías que me hacen sentir vivo.
Me sumergí en la corriente de la vida, aceptando vivir solo fragmentos de ella. Te dije: “Sé mi guía en este territorio desconocido, un forastero en tierras ajenas”, y así comencé a recorrer los senderos, compartiendo equitativamente los encuentros y desencuentros.
Avanzo con determinación, enfrentándome al flujo constante del tiempo, tan impredecible como el viento. A menudo me siento distante de mí mismo, perdido en tardes de plástico donde, alrededor de las dos, la luz pálida y el cielo azul cian iluminan la presencia de la luna.
En ese instante, dos certezas se hacen evidentes: que esta noche no seré privado de su suave resplandor y que, entre las estrellas y el vacío inminente, me veré obligado a reflexionar sobre las realidades que me rodean.
La urgencia del presente me empuja a enfrentar las batallas diarias con paso firme, consciente de los peligros de dar un paso en falso.
Te miro y te digo: “Puede que cualquiera sea amable, pero siempre seré empático contigo.” Mi aura se tiñe de un tono magenta, desafiando la luz que me rodea y convirtiéndome en una aberración cromática.
Como sospechaba desde el principio, ya es tarde y la luna se esconde, trasnochada o quizás despertando. Me deja solo, enfrentando egos capaces de convertir la tarde en un sinsentido.
No es el comentario en sí lo que duele, sino el tiempo que me arrebata, desequilibrando mi balance diario. Mi trabajo consiste en contar el tiempo, pero aunque mis manos lo manipulan constantemente, nunca es verdaderamente mío.
Einstein decía que el tiempo es relativo, y aunque no sea infinito, se despliega en una curva finita entre dimensiones, llenando cada momento de nuestra existencia. Es fascinante cómo cada instante existe en el ahora, ni más ni menos, simplemente como una ironía de la vida que alguien más podría estar observando.


A solas
Ahora que nuevamente paso mayor tiempo a solas, debo controlar las voces y los derroches, abandonar las largas horas frente a la consola.
Estoy solo y las situaciones resuenan en las paredes de mi mente, en el océano de mi consciencia me encuentro navegando en aguas desconocidas.
Me siento perdido como un vagabundo en busca de un refugio seguro, donde sea acogido por ser el soñador que ha desperdiciado tanto tiempo en viajes sin rumbo.
Acepto y comprendo el contexto, ¿es acaso otro lunes o domingo?
¿O tal vez solo un miércoles más en el calendario?
Ya no importa, desde hace meses, si son peras o son manzanas, la vida continúa su curso sin detenerse ni un instante; por lo tanto, reflexiona sobre cómo salir de ese túnel antes de que la oscuridad te consuma por completo, es su eterno vacío.
Apenas cuento con dos décadas y tres quintos de existencia, y cada dos días pierdo conexión con mi propia empatía y mi estabilidad mental.
Incluso mis perros ya no confía en esta mi supuesta estabilidad, pues la bomba de tiempo que llevo encima vino con los cables cruzados desde el principio, tras una vida entera cruzando calles en este laberinto de concreto, desgastando las suelas de los zapatos del pasado.
Tan duro como la roca, tan árido como el desierto, así es como siempre he percibido el mundo desde cualquier ángulo. El calor quema y el frío intimida.


Es mi vida en esta ciudad temida la que me ha enseñado a construir fundamentos de cemento; cada uno vive la vida caótica que le ha tocado, y al menos yo he sentido la fría mirada de un arma apuntándome a la sien, lista para arrebatarme la vida.
Mi existencia en esta suerte de azar.
La ansiedad ha sido mi compañera desde aquel día, yo no camino como los demás, no puedo evitarlo, nací para emerger y escapar de lo malo por la puerta trasera, escondiendo la suciedad debajo de la alfombra y en el desván, unas cuantas cajas de recuerdos en reserva.
Quería ser inmortal y aprendí a morir, buscaba ser más fuerte y terminé atado en una camisa de fuerza; de humano a poeta errante, de sano a trastornado, un bardo cualqueira.
Persiguiendo la vida, con el peso del tiempo sobre mis hombros, acompañado de una botella de un suave vino tinto.
Embriagado de fantasías.



A veces
He dispersado mi conciencia en los confines de un pasado distante, en la neblina de la inconsciencia. Me siento exhausto, mi amor propio yace destrozado en el abismo de tu indiferencia.
Puedo comprender la trama que se teje, soy consciente de cómo este fuego se desvanece lentamente, cada vez más.
Ya no encuentro un ápice de alma en este cuerpo inerte; mi mente, por naturaleza intrínseca, ha sucumbido a las balas de la desolación en las neuronas.
He olvidado cómo llorar, y es por eso que, de vez en cuando, mis emociones desbordan, ya sea en la calma más absoluta o en la fila del supermercado, y me veo compelido a derramar lágrimas.
Soy un ser incontrolable que se quedó atrapado en el pasado, abrumado por la monotonía impuesta bajo el yugo de la sociedad.
Nos hemos condenado a esta rutina por un puñado de monedas, por un puñado de afrentas, por evadir el futuro y sepultar el pasado.
¿Qué es más importante, complacerte a ti o preservar mi elocuencia? Ya no lo sé.
Me invade la incertidumbre, porque todo parece ser culpa mía, porque incluso cuando la moneda cae a mi favor, sigo perdiendo la apuesta.


Aunque en un tiempo mi nombre resonó en el horizonte, el viento, la lluvia y el sol se encargaron de desgastarlo hasta convertirlo en un mero recuerdo.
Ahora es la luna la que me brinda compañía cada noche, la misma luna que me ha bautizado como un ente olvidado y demente.
Anhelo la felicidad, pero ya no sé cómo sonreír; anhelo ser un artista, pero la melancolía se ha desvanecido de mí.
Me encuentro en medio de la locura, en este paisaje descolorido, atrapado entre el sí y el no, plagado de complejos hasta la médula.
Anhelo, y cuando finalmente obtengo lo que quiero, dudo en sí en verdad lo deseo.
Vaivén de instantes

Por más extraño que parezca, llevo dos tardes seguidas queriendo buscar la forma correcta de poder explicar está odisea.
Vengo sin afán o intención, solo con la necesidad de perdurar en está relatividad del tiempo. Ya ha emigrado un año más hacía las tierras cálidas del recuerdo.
Ya no intento tantas cosas que intentaba hace exactamente un año, cambio tanto mi perspectiva que ahora rondó solo los misterios de este norte.
Cuando salgo de paseo y hablo con desconocidos, si no se hacen una idea remota de quién soy, es mucho más entretenido; en el contexto, nos decimos verdades sin rodeos, vivir es más sencillo si hay menos complejos de por medio.
He retornado a las rutinas de deambular por las calles de este entorno desafiante, constantemente al doblar la esquina, me asaltan memorias corto punzantes; sucede que no tengo nada tuyo que entregarles.
Es voltear y en el momento congelarse en un recuerdo vivo de un pasado delirante. Volver y darse cuenta que no ha transcurrido ni un instante.
En cada esquina, donde la realidad y la nostalgia convergen, descubro que la extensión del tiempo se mide no solo en días sino, en las capas de experiencias intensas acumuladas.
Así, entre el bullicio constante y los recuerdos que resurgen al doblar esquinas, intento plasmar una realidad que oscila entre lo concreto y lo efímero.


En este vaivén de instantes, encuentro la belleza de una verdad cruda, tejida con hilos de experiencias que persisten más allá de etiquetas y cronologías.
Es un viaje donde las palabras buscan resonar, entre la melancolía y la esperanza, entre lo cotidiano y lo eterno. Es una paradoja de lo tangible y lo intangible, donde la esencia se revela como lo único perdurable en medio de la fugacidad del tiempo.
Este relato, más que un testimonio, se convierte en un viaje poético, una exploración de la complejidad de existir y la profundidad que yace en los recovecos de la memoria.
Tiempos raros
La conciencia de mi propia insuficiencia perfora mi alma, despierta la versión más apática de mí y me sumerge en la soledad de mis pensamientos.
Es este estado, quizás mi naturaleza intrínseca, no como un artefacto, sino como un intenso deseo de hallar respuestas simples para preguntas tan complejas.
Mi mente se debate entre el anhelo de comprender y la desesperación de la confusión.
Contemplo la posibilidad de abrazar el egoísmo, embarcarme en la búsqueda de la fragua ideal donde forjar un destino afortunado, lejos de las situaciones que no alimentan mi ser.
En la utilidad, encuentro la deriva, sin más oportunidades que las condenas morales que enfrento a diario, anclado en un mar de incertidumbre.


Anhelo explicar el torbellino que acontece en mi atribulada mente, pero, siendo honesto, ni siquiera yo logro desentrañarlo.
En este laberinto de pensamientos, la claridad se escapa, dejándome atrapado entre la búsqueda de significado y la incapacidad de comprender mi propia existencia.

Hoy escuché el tiempo moverse lento

Hoy escuché el tiempo moverse lento, como un titán eterno, ansioso y cadencioso en su danza contemporánea.
Al son de la melodía de la autoestima y el remordimiento; se entrelazaba como un duelo de dioses, y el aire devoraba sin piedad cada instante, haciendo que las hojas de aquel nogal se movieran al ritmo de una espera eterna, en un compás constante, un nacimiento divino, una creencia inquebrantable y un crecimiento monumental.





En el rincón de mi memoria
Estoy viviendo la ironía en mi ser, me estoy tragando mis propias palabras, estoy siendo el ser que enajene en el ser de algún extraño y al parecer, no pude seguir mis propios consejos.
Parece que mis consejos se disolvieron en el viento, perdidos en el laberinto de mis propias contradicciones.
Entre las capas de nostalgia, el misterio se teje a mi alrededor, susurra historias de un pasado con sus declives y ascensos, como una hoja que flota en la brisa, entre los rayos del sol y las sombras de un pueblo en las montañas.
En el rincón de la memoria, los recuerdos se entrelazan como hilos de un tapiz antiguo, de un mural plasmado en azulejos, formado con la suavidad de las lágrimas y la calidez de las sonrisas.
Cierro los ojos y dejo que las imágenes fluyan, como luciérnagas que iluminan los senderos ocultos de mi existencia en un nostálgico verano.
Como eco que resuena a miles de kilómetros de un súbito acontecimiento.
Cómo aquél que huye de los enigmas que se encarnan en la mente de nosotros, los que llegamos a amar.
Cómo prosa en rima que desarma el alma en melancolía al final de una efímera historia.
Me encuentro dentro de este delirio de vivir, un encuentro distante al tiempo, un evento lejos de cualquier sentimiento, dónde solo queda la ironía abrazada del misterio .




Sin brújula

Bajo el manto de un recuerdo añejo, cuando el reloj se estira, las voces se apagan y la realidad se desvanece; me enfrento a la tarea de dominar mis impulsos y abandonar la constante compañía del recuerdo.
Me siento perdido, como un vagabundo en busca de un hogar en el que mi locura sea cobijada, después de años divagando sin rumbo fijo.
Describir un año entero en una hora es un desafío audaz que nunca antes enfrenté. En esta crónica de los años de mi vida, descubro un cúmulo de lecciones escritas con mis propias palabras.
Durante mucho tiempo, mi cumpleaños era un día indiferente, buscaba la simplicidad al hablar de mí mismo.


Pero con el tiempo, la vida avanza, y con ella llega el arrepentimiento, o quizás, la añoranza melancólica de lo que nunca llegó a ser.
Busco las palabras perfectas para expresarlo, pero entiendo que la perfección es un horizonte inalcanzable; solo me queda agradecer y perdonar.
Día tras día, continúo escribiendo este relato, capturando con precisión los momentos que se despliegan ante mí. La vida fluye y los sueños hacen juego con el tapiz de la vida.
Anhelaba la inmortalidad, pero celebro cada año que se suma. Buscaba fuerza y me encontré atrapado en mis propias limitaciones.
De humano a bardo, de la plenitud a la incomprensión en tres simples pasos. Persigo la vida con el tiempo como mi sombra, acompañado de un dulce vino tinto. Embriagado de sueños y quimeras.
Con mi suerte como brújula, abro camino, seguro y con el conocimiento justo en el momento adecuado.


La vida es un albur en tiempos de inmediatez, cómo un ajedrez civilizado , jugando con las circunstancias en el momento perfecto.
Somos la paz que se desliza, pasamos desapercibidos en este efímero escenario llamado vida, como las luces titilantes de una estrella melancólica que se funden con un atardecer memorable.

Vas de nuevo

Allá vas de nuevo, fatigado, abrazando ese suéter con firmeza. Da un sorbo al jugo de durazno, observa tu reflejo y no olvides tu esbeltez; esa imagen, querido amigo, se convierte en nuestra mejor defensa ante el ego.
Disfrazo mis incomprensiones y fragilidades, acumulo coraje en los rincones de mis bolsillos y avanzo bajo el sol inmóvil de un desértico y amedrentador paisaje.
Recuerda tus momentos en el bosque y entiende el frío que calará en tu ser.
Ahí se presenta, tocando a la puerta con comprensión en sus manos, susurra al oído promesas de más calor y menos letargo. Sabes que ha llegado, más poderosa que nunca.
La observas y saboreas la largamente anhelada espera, como la primavera acoge a un árbol otoñal. Sin embargo, lo nuestro llega antes que un viaje en avión, portador de bendiciones y fortuna, frente a la vida y sus sonrisas.
Aquí, la vida hace su entrada triunfal. O eso creía…


En las noches, cuando la oscuridad se despliega sobre mi recamara, mi mente se convierte en un observador incansable de tus pensamientos.
Me sumerjo en el abismo de tus posibles reflexiones, explorando las emociones que anidan en tu ser y cómo enfrentas la compleja soledad, si es que aún la habitas.
Mi cuarto se convierte en un caleidoscopio de reminiscencias tejidas con los hilos de tu presencia.
Las paredes guardan tus obras de arte, tus trazos impregnados de un amor que una vez me perteneció, cuando en tus pinceles residían las imágenes que evocaban mi esencia.
La rutina me observa, inquietante, y pregunta: “¿Puedo retirarme a casa ya?” La despides como a un viejo amigo, aunque fue el resentimiento quien te hizo apreciarla, y solo le respondes: “Espero no cruzarme contigo nuevamente”.

Ya desde antes

En una vida pasada, opté por lo insólito, conjure que mi próxima existencia desbordara intrigas. Allá atrás, en esa vida convencional, fui el arquitecto de una elección lanzada al aire como moneda.
Esa elección nos permitió vislumbrar el todo, desentrañar contrastes y verdades ocultas en seres, problemas y milagros, en la vida misma, liberada de verdades inmutables.
No se trata de hacer el mal o el bien, sino de ser intrigante. Pues lo intrigante, más allá de juicios morales, es una trama compleja, un ajedrez contra uno mismo, apostar y perder ante tu reflejo.
En esos momentos, la frontera entre bien y mal, entre tú y tú mismo, se desdibuja en confusión. Es entonces cuando se asoma la madurez. Abordas el tren y sorbes tu café cada amanecer, perdiendo cosas en el agarre de tu cigarrillo. Defiendes con devoción que los tiempos son duros, y lo son.
A ciertas horas del día, te encuentras sin rumbo, y seguro otros comprenden tu valentía. No creíste que pensar en exceso fuera redundante, pues el pensar era y es tu don. Así persistes, creyendo que aún es posible o al menos intuyéndolo.



Nunca han fallado tus presentimientos agudos, en ellos radica tu psicología, oh ser de dogmas dispersos, ¿por qué rezar a la luna? Te trazas metas, y por más enmarañadas que sean, las conquistas sin duda, o eso creías.
¿Qué haces al contemplar estrellas titilantes en otra noche?
Reconoces los miedos sin titubeos, sabes vencerlos al enfrentarlos y suplicarles un día más. Sigues adelante sin objeciones, al son de un jazz en tu oído derecho, suena añejo, antiguo, como el recuerdo en una copa de vino tinto.
Eres elegante, aprendiste a moldear la imagen más enigmática, afable e inadvertida. Te sumerges en miradas, persistiendo durante días, mientras te desvaneces en una sociedad enigmática, traspasando calles impregnadas del viento veraniego.
Aguardas con anhelo, y cuando ocurre, saboreas el instante, porque eres aquel ser olvidado y demente que persiste creyendo en la letra tallada junto a la estación que guía a casa. ¿Qué haces cuando sabes que acontecerá así? Te extraviaste, lo sabes, desapareciste como Eduardo, sin decidir si compartirlo o preservarlo eternamente.

Escapando del pasado

Llegué como un enigma encarnado, diluyendo mi ser fragmentado, sin unirme a la idea, sin anhelar hazañas épicas. Descubrí esta tierra de plata sin buscar hallarme y de esta manera me extravié en la odisea.
Permítanme presentarles el Edén de un alma herida, ascensos que inspiran esfuerzo al abrazar una vista inigualable. Las montañas verdes en la distancia, engullidas por una nube.
En la extensión de este viaje, reside la extraña certeza de que el amor y la aventura no se separan por minutos o años, ya que existen amores largos y viajes breves, pero no dejan de ser travesías; tal viajar como amar, no debe de importar en tiempo, no debe de ser extenso si no, intenso.
Dejar atrás los sueños dolorosos ha demostrado ser el mejor acuerdo para un alma quebrantada, alejarse y perderse en la bruma me ha llevado a regresar, aún sin encontrarme del todo. He vuelto dispuesto a entregarme a la soledad intrínseca en mi vida.


Existen deleites que se labran como el amor y la aventura, estos placeres yacen en nuestro consciente artesano, forjados con esmero, amuletos resilientes ante las adversidades que cierran nuestras mentes.
A donde quiera que vayas, no olvides que somos lo que defendemos. Pronta resignación.


Como un sueño
Déjenme compartir un sueño, si me permiten. Se teje entre ascensos y descensos, como los latidos constantes al borde del sendero, subiendo peldaños; día y noche.
En el horizonte de este sueño, entre la bruma que envuelve y el abrumador susurro que hace que mis puños se cierren, me invito a soñar mientras los insectos trazan su ruta por mis piernas y la melancolía se refleja en mis ojos.
Soy la esencia condensada de una consecuencia de la existencia. Desde siempre, he conocido hasta dónde llegamos siendo apenas una idea complementaria en esta sinfonía de sociedad, donde individuos convergen y se entrelazan.
Pero si hablamos concretamente, la vida es la ecuación que resuelve los anhelos, el seguimiento apasionado de estos a través de cada sentido, tejiendo el tapiz de su materialización.
Luego, la oportunidad nace como un don innato, una constante promesa en el aire.


Al final en el principio

En este llano misterioso y desolado, me encuentro petrificado, enredado en los hilos invisibles del exilio del alma.
Fuimos dos audaces almas que se aventuraron a dar un rodeo por el universo, sin contar con que el tiempo nos jugaría una mala pasada.
Cuesta tanto despedirse con el corazón en mil pedazos, aún sabiendo que nuestra locura fue tan ventajosa. Ni el lirio auguró algo bueno para nosotros, sus pétalos eran testigos mudos de un destino incierto.
Éramos el sueño truncado de un mundo perfecto, naufragando en la vastedad del infinito.
Juntos, solos y perdidos, tratamos de sanarnos el uno al otro, como dos poetas que buscaban consuelo en sus versos.
Éramos el rumor del viento, irónicamente un amor que sucumbió en los brazos del ardiente verano.


Vivo un invierno a cuarenta grados, pues en el abismo de este hombre yace una llama débil, apenas iluminando una habitación sin fondo.
En lo más profundo de mi ser, una melodía nostálgica se entrelaza con la penumbra, susurrando al viento mis secretos más guardados.
Soy un forastero en busca de si mismo, tratando de descifrar los enigmas del destino en cada latido de mi corazón, una triste melodía que resuena en el vacío de mí eternidad.
Ahora, mientras el sol se marchita como un jardín sin agua y los astros bailan tímidamente en la tersa seda del firmamento lirico, construyó mi refugio; en medio de la guerra, justo donde las montañas rozan las nubes.


Sentirte partir

Sentirte partir, fue como sentir el temblor de 3000 pasos al asecho, corriendo desde hace un kilómetro, directo a morirse en batalla.
Un cataclismo en el alma. Como si el universo entero se desgarrara en cada uno de esos pasos, retumbando como el eco de mil corazones latiendo al unísono.
Decidirse a abandonar la paz de golpe, fue sumirse en la vorágine de lo eterno, de un recuerdo añejo, al fondo de una botella de vino, que se descorcha en la solitud de una navidad olvidada.
Fué empezar el año nuevo sin propósito, vagando entre los pliegues de la luna, inmerso en el desconcertante sendero de la incertidumbre, un navegante sin estrella, un forajido perdido en la penumbra de sus propios anhelos.
Navegante o forajido, joven hombre. El nombre de este extraño es de extremo irrelevante, es la historia que trae colgada al cuello lo que lo hace delirante.
Es interesante, es una historia que se tejió con los hilos del deseo pues el mismo se lo deseó en su momento, sin saber que era una maldición en un proverbio chino sutil y cruel. Desearse una vida interesante.

Extravagante, más allá de su forma de ser o comportarse, casual y sincero, como la vida; oh novela mas vendida. Es una pena saber que la conoce aquel que una vez la termina.
Y yo, entre sombras y luces, danzando en la cuerda floja de mi propio destino, un equilibrista en el circo efímero de la eternidad.


Se me complica
Hablar de ti me resulta difícil; llega profundamente a mis ojos y directo al alma. Se me forma un nudo en la garganta y un agujero negro se abre en mi estómago. Mi mente se nubla y me empuja poco a poco, como si tantas sonrisas se hubieran desvanecido de repente.
Observo cómo el cielo palidece entre grandes nubes, escucho el ruido de las chicharras en el verano y siento el calor y una brisa cálida. Me pregunto si estas tardes no son como las de siempre, si estas calles no son las mismas del amor, con su estación y su máximo apogeo.


A nuestro amor le dio insolación, se volvió incómodo y se retiró de nuestras vidas en pleno verano.
¿Será que nunca saldré de este trance de pensarte, de darle a mi cerebro la razón cuando mi corazón suplica una explicación?

Fue un golpe directo al ego, se derrumbó en el primer asalto, y en ese momento sonó la campana. El silencio se hizo presente y las luces se apagaron. El meteorito se desvaneció y su eco de silencio, justo después del impacto, nos dejó expectantes ante el primer rugido del otro.




L’esprit
Me percibo como una presencia etérea, arraigada, consecuente y decidida a hacerse notar en este plano. Sin embargo, soy soy solo otro transeúnte. En ocasiones, perturbo la quietud lanzando platos y moviendo vasijas, inquietándolos sutilmente. El temor que despierto en ustedes es comparable al que provoca la presencia de un fantasma, porque, en esencia, eso soy.
Genero inquietud debido a mi naturaleza desconocida, acechando desde una dimensión imperceptible. Soy invisible, un ser que ha trascendido la existencia convencional, y el miedo que provocó mi ausencia es el mismo que ahora inspira mi presencia.
Como todo espectro, me desplazo en un atardecer perpetuo. Navego entre dimensiones, subo a autobuses, y acepto contratos con la libertad de un ser atrapado en su propio plano. Aunque estoy confinado a esta realidad, me siento libre, pues mi esencia es vagar y manifestarme.
Un espectro no comprende el concepto de descanso, percibe los cambios y los ignora con una extraña serenidad. Por alguna razón que escapa a la lógica, no pierdo la esperanza. En momentos de pausa, disfruto observar cuando la lluvia cesa, perderme en las noches estrelladas y renacer en el perpetuo atardecer que me define como transeúnte.
Danzando entre luces y sombras

Hoy escuché el tiempo moverse lento, como un titán eterno, ansioso y cadencioso en su danza contemporánea. Al son de la melodía de la autoestima y el remordimiento; se entrelazaba como un duelo de dioses, y el aire devoraba sin piedad cada instante, haciendo que las hojas de aquel nogal se movieran al ritmo de una espera eterna, en un compás constante, un nacimiento divino, una creencia inquebrantable y un crecimiento monumental.
Y mientras los ángeles caen
Y los abismos se inventan,
Bailo a la media noche,
Al ritmo del silencio,
Al ritmo del suicidio,
Mientras dios reparte culpas,
Y la intolerancia me apunta
Con su dedo índice.

Ego

He visto las consecuencias de la desolada e inexistente falta de consciencia y he vivido en carne propia aquella que se desborda por la borda y hunde mi flota, de preceptos conceptos que mi mente relaciona con contextos reales, y no es mas que el ego que intenta mostrarme los colmillos; es por eso, es por esto, que en forma evasiva he restructurado la respuesta que mi mente acota para darle significado al ego de mi persona.
Me gustaría pretender conocerlo todo, pero no puedo, si antes no me dedico a entender el ego. Le he pedido al alma que me de claridad en esta penumbra y de esta forma cure mis penurias que pelean el cuero de de este flaco.
En respuesta me dio un camino con una oración, » si logras introducir la esencia en tu conciencia, le habrás dado identidad a tus creencias «; y fué ahí donde conocí la mejor versión del ego, la fórmula secreta que decreta emoción sobre inteligencia. Decencia en esta evolución de lo mundano hacía la espiritualidad de un alma sana, que emana serenidad vaya a donde vaya; pero es tan difícil como tratar de respirar bajo el agua sin agallas y es que en respuesta al miedo por falta de agallas ante el no ser alguien se emite una blasfemia al creer que nuestro ser no es insignificante mientras el tic tac de ese reloj en la pared nos repite el clave morse «recuerda el futuro».
Es este pensamiento recurrente de darle fuerza al ente que se expresa por medio de mis sentidos fundamentales el que me motiva a escribir en horas de dormir. Estoy inmerso en en la oscura noche de un desierto del norte, recitandole poemas e ilusiones a la luna llena, en lenguas muertas.
Esta lucidez me tiene perplejo, el estar despierto en plena madrugada, el estar soñando con la mirada clavada en la más contundente realidad. Dormir sin sueño, vivir sin dueño, soñar sin necesidad de dejar caer los párpados sobre las retinas.
Hoy mi guarida es mi manera más plena de expresar mi movida, lo que soy, lo que pienso y lo que expreso, fuí siempre el que se movió de frente con ganas de seguir sacando la frente y del pecho el corazón, con la intención de darle alma a cada paso, a cada palabra.
Fue este el motivo de mi constante búsqueda, pues soy infame, soy un forastero que intenta olvidar las historias que acribillan la mente de este enfermo ser cuando la mente ya no es consciente y se encuentra en vertical, cuando la cobija me cobija y cuando los remordimientos me asechan.
Pero soy consciente de no poder detenerlo de frente y en algún momento tendré que afrontar esa ilusoria bala en la cien que se clavo por siempre junto a esos terribles nombres y esas devastadoras noches. Darle honor a quien honor merece y un abrazo cálido a dónde se encuentre ese ser efímero.
Hoy soy constante como el tiempo, soy elocuente como el viento por la noche en días calurosos. Soy un ente, olvidado y demente.
Hice un refugio en medio de la guerra, justo en el instante en el que las olas rozaban las nubes, tan desahuciado y con futuro, tan perdido y con carrera.
Pero quiero realmente poder expresarme, se que nadie es profeta en su tierra, pero jamás pensé ser eso que fuí siempre, el gato negro que recorría las calles a la tenue luz de la luna, pálida y cálida, sombría e inerte.
Quiero resucitar en plena vida, dejar de ser un fantasma y renacer, hacerme ver y hacerles ver, que lo paranormal si existe.
Convenciendo a quien me acompaña a un lado de no odiarme por mi repugnante comportamiento, por quién soy y por lo que no hago; trato y me esmero cada día pero, no puedo hacerlo; sigo siendo un tipo de panfleto; aúnque siga sin piedad y remordimiento, el juicio de tu moral sobre la mía, sin remordimiento.
Y es ese triste recuerdo y necio parlamento actual el que me tiene detrás de esa mota de inspiración, esa esencia que protege y rodea toda la escena, desde las peligrosas calles a mitad de la noche, hasta las calurosas banquetas que se derriten junto con las suelas de mis zapatos en estás temidas tardes en un desierto cualquiera.
Obedezco a esos pequeños detalles que me ofrece la vida al pie de la letra, tal como a los insectos los atrae la luz incandescente de un farol en la penumbra a mitad de la noche.
Tengo la necesidad de decodificar este sistema binario de posibilidades y mientras encuentro el modo correcto de romper el sistema, agradezco a la vida y sus constantes, a sus brillos y resplandores, a la vida misma por seguir dándome vida misma.
Lo sigo intentando, sigo de frente y con la mirada en alto, a pesar de la dificultad de tener balance en estos tiempos de crisis. A veces todo sigue siendo demasiado y a pesar de navegar en el constante cambio, ya olvide lo que quise ser ayer. Pero voy a confesarte algo, no se vivir y no contarlo.


